Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

sábado, 29 de septiembre de 2012

Los planes de Romney para crear empleo...en China


Los planes de Romney para crear empleo...en China

Amy Goodman


Quizá nunca hayan oído hablar de Sensata Technologies, pero durante la actual campaña electoral es probable que hayan escuchado el nombre de su propietaria, Bain Capital, la empresa co-fundada y antiguamente dirigida por Mitt Romney.

Publicado el 28 de septiembre de 2012


Freeport, Illinois fue la sede de uno de los famosos debates entre Abraham Lincoln y Stephen Douglas. El 27 de agosto de 1858, Lincoln y Douglas protagonizaron allí uno de los debates de su campaña para obtener el escaño de Illinois en el Senado de Estados Unidos. Lincoln no fue electo senador, pero el debate de Freeport preparó el terreno para la posterior derrota de Douglas en las elecciones presidenciales de 1860, y por consiguiente, para la Guerra de Secesión. Hoy en día, en el momento en que el primer presidente afro-estadounidense de Estados Unidos se prepara para debatir con el candidato del partido de Lincoln, los trabajadores de Freeport están realizando una protesta con la esperanza de lograr que su difícil situación esté en el centro del debate nacional de esta campaña electoral.

Un grupo de trabajadores de Sensata Technologies estableció un campamento de protesta frente a la fábrica donde muchos de ellos han trabajado durante gran parte de su vida. Sensata fabrica sensores de alta tecnología para automóviles como, por ejemplo, los sensores que contribuyen a que las transmisiones automáticas funcionen en forma segura. La empresa recientemente adquirió la planta, que anteriormente pertenecía a la empresa Honeywell, y de inmediato les informó a los más de 170 empleados que trabajan allí que sus puestos de trabajo, junto con el equipamiento de la planta, serían trasladados a China.

Quizá nunca hayan oído hablar de Sensata Technologies, pero durante la actual campaña electoral es probable que hayan escuchado el nombre de su propietaria, Bain Capital, la empresa co-fundada y antiguamente dirigida por Mitt Romney. Al enterarse de esta información, alrededor de doce empleados de Sensata decidieron dar pelea y exigirle a Romney que aplique sus consignas de campaña para salvar los empleos estadounidenses. Fue entonces que viajaron a la Convención Nacional Republicana en Tampa, Florida, y se sumaron al campamento de protesta allí improvisado, denominado 'Romneyville' (en referencia a los 'Hoovervilles' establecidos durante la época de la Gran Depresión), como parte de una campaña de las personas más pobres del país. También organizaron una petición y lograron la adhesión de 35.000 personas a su demanda de que Romney les solicite a sus ex compañeros de trabajo que salven sus empleos.

Freeport se encuentra cerca de dos estados decisivos, que podrían definir las elecciones de noviembre: Iowa y Wisconsin. Los trabajadores de Sensata aprovecharon la visita de Romney a dichos estados y asistieron a un evento de su campaña para hacerle el pedido directamente al candidato. Resulta paradójico que, por pedirle a Romney que impida que sus empleos sean tercerizados a China, los trabajadores de Sensata recibieron burlas del público, fueron tildados de comunistas durante el evento y finalmente fueron expulsados del recinto por el Servicio Secreto de Estados Unidos.

A continuación, los trabajadores establecieron el campamento 'Bainport' en el parque Stephenson County Fairgrounds, en Freeport, que cuenta con pleno apoyo de la comunidad. Los trabajadores han pasado más de dos semanas acampados, con una docena de carpas y una gran carpa al estilo de circo que funciona como un espacio cerrado para reuniones y como centro de operaciones, y además cuentan con una cocina comunitaria al aire libre. Construyeron un escenario del que cuelgan una pancarta con la leyenda: “Mitt Romney: ven a Freeport” y carteles como “Romney tiene un plan de empleos...lástima que es para China”. Detrás del escenario construyeron un puentecito a través de un barranco, por el que los trabajadores van a la fábrica para realizar los turnos de trabajo que les quedan por cumplir en la planta.

Llegamos a “Bainport” una noche de la semana pasada a las 22.30. Un grupo de trabajadores y seguidores estaban sentados alrededor del fogón. Hablé con ellos, uno a uno, antes de que se fueran a sus carpas. Dot Turner tenía que ir a trabajar a las 5 de la mañana. Le pregunté cuánto hacía que trabajaba en la planta: “43 años. Empecé en 1969, tenía 18 años en aquel entonces”, me respondió. Su mensaje para Romney fue claro: “Le diría que tiene el poder y la autoridad de impedir esto. Si realmente le preocupara el pueblo estadounidense y si le interesara crear empleos, los 12 millones de empleos de los que siempre habla en sus discursos, podría comenzar por dejar estos puestos de trabajo en el país”.

Si bien Romney aún no ha visitado Freeport, un portavoz de su campaña habló del tema de Sensata y trasladó la responsabilidad del asunto al Presidente Barack Obama. El vocero de Romney escribió: “A pesar de que el presidente invierte en Sensata a través de su fondo de jubilación personal y de que el gobierno es propietario de uno de los principales clientes de Sensata, General Motors, el Presidente Obama no ha utilizado sus facultades para resolver esta situación de ningún modo”.

Obama no respondió a la acusación, pero durante la campaña ha criticado duramente a Romney mediante el argumento de que Bain trasladó muchos puestos de trabajo a China: “Romney ha estado criticando duramente a China. Afirma que va a luchar contra ellos, que va a ir tras esos tramposos. Y debo admitir que ese mensaje es mejor que lo que en realidad ha hecho al respecto. Suena mejor que hablar de todos los años que lucró con empresas que enviaron nuestros empleos a China. De modo que al escuchar esta repentina indignación, al ver las publicidades de campaña en las que promete ponerse firme con China, me recuerda a la historia del zorro que dice que va a cuidar el gallinero”.

El alcalde de Freeport, George Gaulrapp, visitó Bainport en la mañana en que transmitimos nuestro informativo de “Democracy Now!” desde el campamento. Me contó acerca de lo que esperaba para los trabajadores y reflexionó sobre la larga historia de su ciudad natal: “Freeport es el lugar donde ocurrió el debate entre Lincoln y Douglas. Hemos invitado a ambos candidatos, al Presidente Obama y al gobernador Romney, a que vengan a Freeport a debatir en una campaña al viejo estilo. Sería una gran oportunidad para Romney, que fue el artífice de la política de enviar empleos al extranjero, regresar aquí y revertir esa tendencia. Estamos a 100 km de la ciudad natal de Paul Ryan, Janesville. Es un sitio ideal para venir, familiarizarse con el lugar y conocer otra cara de Estados Unidos”.
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Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2012 Amy Goodman
Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 750 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 400 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.

http://www.democracynow.org/es/blog/2012/9/28/los_planes_de_romney_para_crear_empleoen_china

“Ira islámica”: ¿existe eso?


“Ira islámica”: ¿existe eso?
 Marcelo Colussi
 
mmcolussi@gmail.com Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
 
Un fantasma recorre el mundo: ¡la amenaza del fundamentalismo islámico! Recientemente, al menos lo que nos han dicho hasta el hartazgo todos los medios comerciales de Occidente, la “ira islámica” se ha despertado con motivo de una ofensiva película de contenido denigrante contra la figura de Mahoma y del Islam en general que se ha puesto a circular por distintos medios. “Mientras los medios de comunicación internacionales siguen obsesionados con las manifestaciones contra la película, amplios sectores del país están yendo a la huelga, pero nadie lo cuenta”, protestaba indignado el activista egipcio Hossam El-Hamalawy. Desde hace ya unos años, terminada la Guerra Fría y acabado el fantasma del “peligro comunista”, un nuevo demonio ha entrado en escena en el ámbito global: el terrorismo de los así llamados “fundamentalistas islámicos”.

 
 Aunque no se sepa bien qué significa, el término “fundamentalismo” ha pasado a ser de uso común. Y más aún el de “fundamentalismo islámico”. Para adelantarlo de una vez: según el imaginario colectivo que los medios han ido generando en Occidente, el mismo es sinónimo de atraso, barbarie, primitivismo, y se une indisolublemente a la noción de terrorismo sanguinario.

 
 Como primera aproximación podríamos decir que, de un modo quizá difuso, está ligado a fanatismo, ortodoxia, sectarismo. De alguna manera está en la antípoda de un espíritu tolerante y abierto, que suele ligarse, sin el más mínimo sentido crítico, con democracia. O, al menos, con lo que el discurso global dominante presenta como democracia: economías de mercado con elecciones de los puestos públicos de dirección cada cierto tiempo. En general suele asociárselo –lo cual es correcto– con el ámbito religioso. En sentido estricto, el término “fundamentalismo” tiene su origen en una serie de panfletos publicados entre 1910 y 1915 en Estados Unidos; con el título “Los Fundamentos: un testimonio de la Verdad”, los documentos escritos por pastores protestantes se repartían gratuitamente entre las iglesias y los seminarios en contra de la pérdida de influencia de los principios evangélicos en ese país durante las primeras décadas del siglo XX. Era la declaración cristiana de la verdad literal de la Biblia, y las personas encargadas de su divulgación se consideraban guardianes de la verdad. De tal modo, entonces, fundamentalismo implicaría: “retorno a las fuentes, a los fundamentos”.
 
Existen distintas definiciones y sinónimos para el fundamentalismo religioso. Para tomar alguna, por ejemplo, podríamos citar la que propone Ernest Gellner: “la idea fundamental es que una fe determinada debe sostenerse firmemente en su forma completa y literal, sin concesiones, matizaciones, reinterpretaciones ni reducciones. Presupone que el núcleo de la religión es la doctrina y no el ritual, y también que esta doctrina puede establecerse con precisión y de modo terminante, lo cual, por lo demás, presupone la escritura”.
 
Todas las religiones, en mayor o menor medida, pueden comportar rasgos fundamentalistas. En Occidente, por ejemplo, el cristianismo ha conocido momentos de fanatismo e intolerancia increíbles; la Santa Inquisición abrasó en la hoguera a quinientas mil personas en nombre de la lucha contra el demonio, y si bien eso no sucede en la actualidad, la ortodoxia llevada a extremos delirantes persiste. Sólo para muestra: durante la guerra en Bosnia el Papa Juan Pablo II mandó una carta abierta a las mujeres que habían quedado embarazadas después de ser violadas, en la que les pedía que no se practicaran un aborto y que cambiaran la violación en un acto de amor haciendo a ese niño carne de su carne. Una primera hipótesis que esto nos plantea es que el “salvajismo” fundamentalista, en todo caso, no es patrimonio islámico como la verdad mediática nos lo presenta cotidianamente. Ahora bien, y como pregunta colateral: tirar bombas atómicas sobre población civil, ¿no es también salvajismo?
 
El Islam (palabra árabe que significa “entrega a Dios, sumisión a su voluntad”) no es sólo una religión; es, más precisamente, un proyecto sociopolítico de base religiosa. El Islam se define a sí mismo como una ideología que engloba religión, sociedad y política y que se basa en un texto sagrado: el Corán. Por tanto, el Corán no es un libro exclusivamente religioso. El profeta Mahoma, entre los años 622 y 632, organizó la sociedad musulmana con numerosas reglas sociales. La tarea de un gobierno musulmán es organizar toda la vida social según esas normas y expandir el Islam lo máximo posible. Todo debe ser islamizado: desde lo que se habla por los altavoces de las mezquitas hasta los periódicos, la televisión, la escuela, las relaciones interpersonales.
 
Para el presente análisis es imprescindible partir de la base que la actual y difundida hasta el hartazgo caracterización de la cultura musulmana como intrínsecamente “atrasada”, “bárbara” –visión sesgada y ahistórica por cierto– borra tiempos de grandeza inconmensurable, hoy ya idos. El Islam desplegó por siglos un poderoso potencial creativo, filosófico y científico-artístico, superior en su época al del Occidente cristiano; ahí están su colosal arquitectura, el álgebra, los avances médicos, su arte, como testigos de un gran momento de esplendor. Sin embargo la moderna revolución científico-técnica de la era industrial no surgió en suelo islámico sino que ha irrumpido en éste desde fuera, la mayoría de las veces bajo el signo del colonialismo. Hoy por hoy –es la cruda realidad– el mundo árabe no marca la delantera cultural del planeta; su lugar en el concierto mundial se ve relegado, al menos para la lógica que imponen los centros internacionales de poder, a ser productores de materia prima, petróleo fundamentalmente. Riquezas naturales que contribuyen a mantener dinámicas sociales pre-industriales, en numerosas ocasiones con corruptas monarquías feudales enquistadas en Estados, a veces dictatoriales, que usufructúan la explotación de esos recursos y a cuya sombra vegetan mayorías empobrecidas, desesperadas en muchos casos.
 
En este contexto surge el fundamentalismo islámico, en tanto movimiento político-religioso que preconiza la vuelta a la estricta observancia de las leyes coránicas en el ámbito de la sociedad civil. Deriva su nombre de la aspiración de volver sobre las fuentes, es decir, el Corán, la Sunna (la tradición del Profeta, los dichos y hechos de Mahoma) y la Ley Revelada. Dentro de sus planes están el rescate de los valores propios e intrínsecos al Islam, la restauración del Estado Islámico y la oposición a todo lo que haya entrado en la sociedad musulmana como innovación. En el seno de este amplio movimiento se encuentran tendencias diversas, antagónicas incluso: sunnitas, chiitas, wahabitas, el Yihad islámico, los Hermanos musulmanes de tendencia sunni surgidos a finales de los años 20 del pasado siglo e implantados fundamentalmente en Egipto pero también en otros países del occidente musulmán (Sudán, Yemen, Siria,), el movimiento Hamas, la red Al Qaeda, la secta nigeriana Maitatzine, etc.
 
Si bien está extendido en modo difuso por buena parte de África y Asia contando entre sus seguidores a millones de personas, es muy difícil encontrar un hilo conductor único que reúna a todo este movimiento. No obstante, a pesar de la amplísima pluralidad, existen varios aspectos inmutables del derecho islámico que podemos ver transversalmente en todo el amplio arco del fundamentalismo: el rechazo a admitir el matrimonio de la mujer musulmana con el no musulmán, el rechazo a la posibilidad de que un musulmán pueda cambiar de religión reconociendo su derecho a la libertad de conciencia, el rechazo a admitir la legalidad de los sindicatos para los trabajadores, la pena capital por apostasía, la aceptación de los castigos corporales, y tres desigualdades inmodificables: la superioridad del amo sobre el esclavo, del musulmán sobre el no-musulmán y del varón sobre la mujer, la que es sometida al proceso de ablación clitoridiana a partir del supuesto que no debe gozar sexualmente (el placer debe ser sólo varonil).
 
El fundamentalismo apegado al Islam primigenio no establece distinción entre política y religión. Por ello en algunos casos, como en Irán, los líderes islamistas suponen que la dirección política de la sociedad debe recaer en los ulemas o líderes religiosos. Para el fundamentalismo la restauración del Islam originario es la única alternativa viable, la respuesta religiosa frente a los fracasos y las crisis en el que Occidente es el principal causante de los males. En ese marco, Estados Unidos es el enemigo natural, aborrecido ya como símbolo de la dominación occidental.
 
En esta línea, para los fundamentalistas muchos problemas del mundo árabe actual son achacables al abandono de la fe islámica. Por tanto, lo esencial es volver a las fuentes de la fe, depurar todas las escorias y deformaciones provenientes y resultantes de siglos de decadencia (entienden que la pobreza, el atraso económico, la dominación extranjera, se deberían al abandono del Islam), y recuperar así una edad de oro vista hoy como paraíso perdido.
 
Este fundamentalismo se ha difundido principalmente entre los estratos más pobres y explotados de las sociedades donde se arraiga, tales como asalariados, campesinos expropiados y empujados a emigrar a la ciudad, trabajadores y sectores medios que giran alrededor de la economía de los bazares, y una parte del clero islámico; pero muy especialmente: en la juventud. Dato importante: el 60 % de la población musulmana de menores de 20 años está desocupada y con un porvenir incierto. Como comentario marginal, pero no por ello menos importante, es interesante (¿sugestivo?) comprobar cómo el fundamentalismo de corte neopentecostal (cultos evangélicos autodenominados “cristianos”) se ha difundido al mismo tiempo por Latinoamérica, abarcando más o menos los mismos sectores que en el mundo árabe: capas más empobrecidas de las sociedades, provocando también una vuelta a fundamentalismos religiosos que tienen como consigna fundamental olvidar lo terrenal. ¿Pura coincidencia?
 
Difundido entre los estratos más pobres de la sociedad, entonces, el fundamentalismo es un movimiento interclasista que, incluso mediante acciones violentas, se opone a la “modernidad laica” en vez de oponerse a la explotación capitalista y al injusto sistema de comercio internacional (hoy en su versión neoliberal globalizada), verdaderas causas de los actuales sufrimientos de las masas oprimidas. Como en el Corán está escrito que quienes mueran en la defensa de su fe tendrán bienaventuranza eterna, los feligreses-ciudadanos se ven inducidos a los mayores sacrificios para alcanzar las ambiciones terrenales de sus líderes, hábilmente parapetadas detrás de los textos sagrados y de los ideales religiosos. Esto explica el terrorismo autoinmolatorio de los fundamentalistas, tan difícil de entender desde la cosmovisión occidental. Cuando un joven islámico se lanza cargado de explosivos contra un objetivo tiene la convicción de que lo hace porque esa es la “voluntad de Dios” y que después de su muerte irá directamente al paraíso para estar junto a Alá.
 
En el contexto de miseria económica, desempleo y pobreza, las masas de los países musulmanes se encuentran en una situación compleja. La arrogancia y desprecio de los monarcas y dictadores en el mundo islámico y árabe añade más combustible al odio y la cólera de las masas; de ahí la “primavera árabe” iniciada en el 2010, que constituye una genuina reacción política alternativa a este estado de postración, y para nada un movimiento de reivindicación religioso fundamentalista. Si esa espontánea reacción popular fue luego cooptada, manipulada y desviada de su posible curso de propuesta alternativa, eso abre todo otra línea de investigación en la que no entraremos ahora.
 
Visto entonces el fenómeno del fundamentalismo islámico en esta dimensión sociopolítica, la razón principal para entenderlo está dada por el enorme vacío creado por la falta de propuestas alternativas que se da en estas sociedades, y por la manipulación de las poblaciones apelando a un fanatismo fácil de exacerbar (similar a los grupos evangélicos en América Latina). Es ahí donde deben empezar a vislumbrarse las respuestas a las preguntas: ¿a quién beneficia este fundamentalismo? ¿Es realmente un camino de liberación para las grandes masas? Pero… ¿no era que la religión constituye “el opio de los pueblos”?
 
Como dijera el politólogo pakistaní Lal Khan: “este virulento fundamentalismo es la culminación reaccionaria de las tendencias que en la época moderna, caracterizada por la política y la economía mundiales, intentan recuperar el islamismo. En los años cincuenta, sesenta y setenta en el mundo musulmán existían corrientes de izquierda bastante importantes. En Siria, Yemen, Somalia, Etiopía y otros países islámicos, se produjeron golpes de Estado de izquierdas, y el derrocamiento de los regímenes capitalistas-feudales corruptos llevó a la creación del bonapartismo proletario o Estados obreros deformados. En los demás países también hubo movimientos de masas importantes encabezados por dirigentes populistas de izquierda. En el clima de la Guerra Fría algunos de estos dirigentes, como Gamal Abdel Nasser, incluso desafiaron al imperialismo occidental y llevaron a cabo nacionalizaciones y reformas radicales. A partir de ese momento, una de las piedras angulares de la política exterior estadounidense fue organizar, armar y fomentar el fundamentalismo islámico moderno como un arma reaccionaria contra la insurrección de las masas y las revoluciones sociales.”(...) “Después de la derrota de Suez los imperialistas dieron prioridad a esta política. Gastaron ingentes sumas de dinero en operaciones especiales dirigidas por la CIA y el Pentágono. Suministraron ayuda, estrategia y entrenamiento a estos fanáticos religiosos. La mayor operación encubierta de la CIA en la que ha estado implicado el fundamentalismo islámico ha sido en Afganistán.”

 
La principal fuente de finanzas del fundamentalismo islámico procede del tráfico de drogas ilegales. Este proceso fue iniciado por el imperialismo estadounidense, pero ahora esta economía negra ya ha pasado a ser parte fundamental del funcionamiento del propio sistema capitalista global, siendo uno de sus grandes negocios. Se ha convertido en parte de la política de la CIA el uso de las drogas y otras formas de crimen para financiar la mayoría de las operaciones contrarrevolucionarias en las que participa. Esta política de drogas en Afganistán ha tenido un impacto desastroso en la juventud de todo el mundo. Hoy el 70 % de la heroína mundial procede de la mafia afgano-pakistaní. Los modernos laboratorios en la frontera de Afganistán y Pakistán (donde se transforma el opio en heroína) fueron instalados con la ayuda de la CIA.
 
En sociedades donde los Estados son incapaces de proporcionar los servicios básicos a su población (salud, educación y empleo), el fundamentalismo islámico ha utilizado estas privaciones para construir sus propias fuerzas. Con grandes cantidades de dinero la propuesta fundamentalista ha creado escuelas religiosas (madrassas o escuelas coránicas) para entrenar y desarrollar fanáticos desde muy temprana edad, que después se convertirán en materia prima de la locura religiosa.
 
Según el economista egipcio Samir Amin este resurgimiento del fundamentalismo no es casual.“Imperialismo y fundamentalismo cultural marchan juntos. El fundamentalismo de mercado requiere del fundamentalismo religioso. El fundamentalismo de mercado dice: 'subviertan el Estado y dejen que el mercado en la escala internacional maneje el sistema'. Esto se hace cuando los Estados han sido desmantelados completamente. Sin Estados nacionales, las clases populares son minadas por la carencia de su identidad de clase. El sistema puede gobernarse si el Sur está dividido, con naciones y nacionalidades peleando entre sí. El fundamentalismo étnico y el religioso son instrumentos perfectos para propiciar y dirigir el sistema político. Estados Unidos, como muestra el caso de Arabia Saudita y Pakistán, siempre ha apoyado el fundamentalismo islámico”.
 
Definitivamente en el clima de desesperación de grandes masas de musulmanes –y más aún de su juventud– la salida violenta puede aparecer siempre como una tentación. En ese complejo caldo de cultivo, entonces, hunden sus raíces los movimientos integristas, y la muerte no tarde en campear: estamos así en el campo de la acción armada, en la estrategia de la respuesta visceral, lo que la industria mediática ha bautizado como “terrorismo”. Pero ante ello se repite la pregunta: ¿a quién beneficia este fundamentalismo con visos violentos? ¿Es realmente ése un camino de liberación para las empobrecidas y postergadas masas musulmanas?
 
La idea generada por las usinas mediáticas del poder en Occidente –con Washington a la cabeza– une fundamentalismo islámico con el siempre impreciso y mal definido “terrorismo”, insistiendo tanto en esta prédica que, hoy por hoy, el mensaje ha terminado por instalarse. El nuevo peligro que acecha al mundo, según esta ingeniería comunicacional, ya no es el comunismo: es el terrorismo internacional, más aún aquél de cuño islámico. Ahí apareció entonces la diabólica figura del nuevo ícono con ribetes hollywoodenses: Osama Bin Laden, y el inicio de la gran campaña mediática que nace el 11 de septiembre de 2001 con la caída de las Torres Gemelas.
 
En términos que no dejaron duda, quien fuera asesor de Seguridad Nacional durante la presidencia de James Carter y coautor de los ultra derechistas documentos de Santa Fe, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinski, describió la política de su país en una entrevista con el periódico francés Le Nouvel Observateur, en 1998, admitiendo que Washington deliberadamente había fomentado el fundamentalismo islámico para tenderle una trampa a la Unión Soviética buscando que ésta entrara en guerra. “Ahora tenemos la oportunidad de darle a la URSS su propia guerra de Vietnam”, aseguró. Cuando se le preguntó si lamentaba haber ayudado a crear un movimiento que cometía actos de terrorismo por todo el mundo, desestimó la pregunta y declaró: “¿Qué es lo más importante para la historia mundial, los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Varios musulmanes fanáticos o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?”.
 
En realidad no estamos ante un “choque de civilizaciones” Islam-Occidente como cínicamente ha presentado en su análisis de la situación mundial el catedrático Samuel Huntington, con lo que, en definitiva, se pavimenta el camino para la supremacía militarista de Washington, autoerigido como campeón en la defensa de la paz mundial. Si hoy día el “terrorismo islámico” es el nuevo demonio (con Al Qaeda como su estrella principal), eso no es sino un maquiavélico montaje mediático. La relación entre el imperialismo estadounidense y el terrorismo del fundamentalismo islámico es simbiótica. La llamada “guerra antiterrorista” no es más que una cubierta para la violencia militar para lograr los objetivos estratégicos mundiales de los grandes capitales globales con Estados Unidos a la cabeza como su brazo armado; y eso sólo creará más reclutas para los movimientos fundamentalistas islámicos. Junto a ello creará también, como parte indisoluble de la relación, nuevos actos de terror contra objetivos estadounidenses y occidentales, que pasarán a ser la excusa para mayor agresión por parte de los Estados Unidos en todo el mundo.
 
Ese clima empezó con los ya icónicos avionazos sobre el Centro Mundial de Comercio en New York y el ataque al Pentágono en Washington, en el 2001. Luego siguió en Madrid con los bombazos en la estación de metro de Atocha, después cualquier ciudad europea... luego cualquier ciudad del mundo. En esa lógica puede inscribirse la actual “ira islámica” supuestamente desatada por una película anti-musulmana. El clima de terror que se va creando es un montaje cinematográfico al mejor estilo de Hitchcock. La paranoia ha invadido Occidente, y una población aterrada es lo más fácilmente manejable.
 
Esa pretendida ira de musulmanes fundamentalistas y anti-occidentales es claramente funcional a los intereses estratégicos de Washington y las potencias occidentales. De la misma manera que lo utilizó para sus operaciones encubiertas en Asia y en Los Balcanes, ahora la geoestrategia militar de Washington se vale de su imagen para fabricar psicosis terroristas que le sirven a los Estados Unidos para justificar sus nuevas invasiones militares en el rediseño planetario que está poniendo en marcha con los halcones que dominan la escena, independientemente que el actual inquilino de la Casa Blanca sea un demócrata.
 
¿A quién beneficia este pretendido “fundamentalismo terrorista sanguinario”? Más allá del sensacionalismo mediático con que se ha presentado la supuesta ola de “indignación popular” de amplias masas musulmanas ante la ofensa producida por la polémica película en cuestión –manifestaciones que, en realidad, fueron muy poco numerosas– valen las palabras de Santiago Alba:“La recuperación del viejo discurso de la “confrontación del culturas” sólo puede perjudicar a todos los que luchan a nivel global y local por la democratización del mundo musulmán, la soberanía regional frente al imperialismo y la liberación de Palestina. Los movimientos populares del mundo árabe deberán estar muy atentos para no ceder a esta polarización”.
 
La estrella de la función en esta farsa mediática (el nuevo demonio llamado terrorismo islámico) es la red Al Qaeda, así como hasta hace poco tiempo lo fuera su hoy desaparecido líder, el ex agente del servicio secreto de los Estados Unidos Osama Bin Laden. Investigaciones realizadas por el FBI y el organismo antilavado Financial Crimes Enforcement Network, determinaron las conexiones del clan Bush con Salem Bin Laden (el padre de Bin Laden) y el Bank of Credit & Commerce (BBCI). La investigación reveló que los sauditas estaban utilizando al BCCI para realizar lavado de dinero, tráfico de armas y canalización de los fondos para las operaciones encubiertas de la CIA en Asia y Centroamérica, además de manejar los sobornos a gobiernos y de administrar los fondos de varios grupos terroristas islámicos. El ex jefe de Al Qaeda es un ejemplo arquetípico de ese proceso de laboratorio de las nuevas puestas en escena mediáticas. Hijo de millonarios, educado en el selecto colegio Le Rosey, en Suiza, su juventud fue la de un play-boy del jet set, en medio de lujos y escándalos en las capitales occidentales y en Arabia Saudita, pasando a ser posteriormente el referente de Washington en la nueva estrategia de manipulación de los fundamentalismos, jugando luego un papel clave en la avanzada anticomunista en Afganistán. Evidentemente el engendro dio resultado: la Unión Soviética encontró su Vietnam. Y hoy día el papel que sigue jugando aún muerto es absolutamente funcional a la nueva estrategia del complejo militar-industrial y las petroleras estadounidenses y los capitales globales asociados. El miedo está instalado; ahora hay que perpetuarlo. La maniobra de la película de marras perfectamente se inscribe en esa lógica.
 
Digno de mencionarse es que estos planes están más allá de las administraciones de turno. Por supuesto que, por razones ideológicas, el Partido Republicano es más funcional para llevarlas a cabo; así fue, por ejemplo, con la era Bush (padre e hijo). Pero con los actuales demócratas y un ¿socialdemócrata? como Barack Obama en la Casa Blanca (denostado como “comunista y musulmán” por el discurso neoconservador estadounidense) los planes no dejan de cumplirse. En ese marco resultan altamente significativos los afiches aparecidos primero en Chicago y luego en el metro de Nueva York: “En cualquier guerra entre un hombre civilizado y un salvaje, apoye al hombre civilizado. Apoye a Israel. Derrote a la Yihad”. De hecho, cada aviso está decorado con dos estrellas judías de David. ¿Preparación de los ataques del Estado de Israel a las centrales nucleares iraníes?
 
“Debemos ser honestos con nosotros mismos y con el pueblo norteamericano acerca del mundo en que vivimos”, dijo George Tenet, ex director de la CIA. “Un éxito completo contra esa amenaza es imposible. Algunos atacantes alcanzarán sus fines, a pesar de nuestros decididos esfuerzos y las defensas que establezcamos”. Por lo tanto, vivimos en alerta permanente, asustados. El único camino, entonces, es terminar con esta fiera feroz que acecha de continuo. Y como eso es casi imposible, cobra sentido la estrategia de “guerra infinita” lanzada durante la administración de George Bush hijo: vivimos en guerra permanente. La actual “ira islámica” nos lo recuerda.
 
Valga agregar que con la estructura económico-social que presenta nuestra aldea global –no muy justa, por cierto– actualmente se dan a nivel planetario 6.000 muertes diarias por diarrea, 11.000 muertes diarias por hambre, 3.800 personas mueren a diario por la infección de VIH/SIDA, mientras que cada día 150 fallecen por consumo de drogas y otros 720 seres humanos mueren por accidentes automovilísticos, en tanto que el siempre mal definido “terrorismo” produce, en promedio, 11 muertos diarios. Aún a riesgo de ser reiterativos: ¿quién se beneficia de este despertar fundamentalista musulmán? ¿A algún musulmán quizá? ¿A algún ciudadano de a pie de alguna parte del mundo? Todo indicaría, así las cosas, que esta “religiosidad” en juego en el mundo musulmán, lo que menos tiene es, justamente, religión. Igual a como sucede con los grupos evangélicos en Latinoamérica: son prácticas de control político-social disfrazadas de fervor religioso.
 
Así como el ex director de la CIA fue honesto, pidámosle a los medios que sean también honestos (aunque no podamos esperar que eso suceda, obviamente): no fueron masivas manifestaciones las que salieron a protestar ni pueblos enardecidos los que tomaron la embajada estadounidense en Libia cobrándose la vida del embajador y de otros tres funcionarios más. Eso no fue la primavera árabe espontánea de Túnez y de Egipto. De hecho –informes filtrados así lo indican– los mismos servicios de inteligencia sabían ya que el ataque a la embajada iba a suceder. ¿No hace recordar al montaje de los atentados del 11 de septiembre del 2001?
 
 

viernes, 28 de septiembre de 2012

Ciencia médica y ética de la vida humana


Carlos Molina Velásquez (*)

 

SAN SALVADOR

Miércoles, 26 Septiembre 2012


Al pensar en la salud de la gente, no es raro sostener que las personas no deberían satisfacer siempre sus preferencias; al contrario, es usual que pensemos en diversas situaciones en las que deberían preferir su bienestar. Este bienestar coincidirá con una noción bastante estandarizada de los intereses humanos (salud, pero también relaciones plenas, logros personales, etc.), que a lo mejor no son vistos con claridad por todas las personas.

En la práctica, es muy difícil comprender muchas de las iniciativas de salud pública si nos limitamos al criterio de las preferencias de los individuos, como cuando tratamos de explicarnos el problema que representa la adicción al cigarrillo y la justificación de medidas que vayan más allá de la prohibición de fumar en lugares públicos. Encontramos algo semejante cuando pensamos en los problemas que causa la comida chatarra en la salud de los niños, los cuales no son los más capacitados para decidir qué comer, cuándo y en qué cantidades.

No faltará quien argumente que esto nos acercaría peligrosamente a una posición moralizante y que habremos dejado muy atrás la del científico de la salud que “simplemente” desea contribuir a curar enfermedades. Después de todo, dirá el crítico, el científico no debe juzgar las costumbres de las personas, sino darles medios para resolver los problemas que encuentran al perseguir los fines que han elegido. De aquí a la afirmación de que los profesionales de la salud deben ser neutrales ante las consideraciones sociales sobre qué implica estar sano, qué factores sociales causan las enfermedades o qué decisiones políticas dejan desprotegidas a las personas, no hay más que un paso.

Pero, ¿podemos aceptar esta idea de una ciencia médica neutral y honorable a la vez, indiferente a estas consideraciones políticas y económicas, y que aun así reivindique para sí el reconocimiento social del que ha gozado desde antiguo? ¿Es posible realizar un estudio científico de las condiciones de salud de las personas que sea independiente de las políticas de salud? Es decir, ¿puede haber ciencia neutral o hay una necesaria conexión entre la investigación científica, los posicionamientos políticos y los valores morales?

Veamos lo que dice Ernesto Selva Sutter, en su libro Sobre la pauperización y la exclusión contemporánea de la Salud Pública: “[Según] Richard Levins, debemos enfatizar que […] es necesario poner un seguro ético cuando practicamos [la ciencia]: cualquier teoría científica que promueve, justifica o tolera la opresión o cualquier otra forma de injusticia es falsa, no importa si las fallas emergen de los datos, la lógica, del análisis, de los efectos colaterales o de las implicaciones de la misma, es nuestro deber descubrir dichas fallas y denunciar dentro de cuál ideología es que esa teoría injusta y la metodología defectuosa que la acompaña son aceptables, es por esa razón que es un imperativo denunciar la lógica defectuosa que hace parecer que los errores tienen sentido” (p. 36).

Sin embargo, ¿dónde obtendremos ese “seguro ético”, en qué criterio, bajo cuáles premisas? El conocimiento de las causas de la ausencia de salud, de su “multicausalidad”, así como de su carácter “estructural” o “socionatural” (todo esto explicado en el libro de Selva Sutter), es importante para saber sobre qué debemos actuar para ser eficaces, justos y honorables, pero no basta para pensar las responsabilidades en el área de la salud, para saber por qué debemos hacer algo para cambiar esas realidades que nos parecen injustas o malas (o por qué son injustas y malas), y tampoco bastan para indicar qué debemos hacer. La responsabilidad es una categoría moral y, por lo tanto, es lenguaje prescriptivo, es pariente del deber ser, más que del lenguaje descriptivo o de las expresiones que nos refieren “al ser de las cosas”.

Quizás sirva entender la necesidad y la inevitabilidad de dicho seguro ético no como “causalidad” sino como indispensabilidad, en tanto se construya sobre un criterio que trascienda toda cultura y toda época, y que forme parte de lo constitutivo de la humanidad. Este criterio podría formularse de esta forma: debemos reproducir la vida humana y apostar todas nuestras energías a esa reproducción, debido a que la condición constitutiva de nuestra realidad es la que está determinada por la expresión “asesinato es suicidio” (Franz Hinkelammert).

Se trata del realismo que se formula como apuesta por la vida: es posible que el asesinato no produzca el suicidio, pero suponer lo contrario arroja un saldo de ganancia más favorable, ya que si efectivamente el asesinato puede producir el suicidio, entonces la pérdida no solo consiste en que se eliminaría al actor sino que, en el caso de que se trate del suicidio colectivo, se termina por diluir la realidad. Ahora bien, en tanto reflexión trascendental refiere al punto desde el que se crea la universalidad. Tanto el postulado de la razón práctica como el criterio fundamental que manda reproducir la vida humana son universales, ya que suponen la unidad corporal de la humanidad. El sujeto es instancia reflexiva que remite a esta unidad del género humano. Por eso el criterio de esta ética es un universal material, que se descubre a posteriori.

Una ciencia que en lugar de oponerse a la injusticia y a la muerte de las mayorías se refugia en la “neutralidad valórica” no solo es falsa, sino que es mala e incorrecta. Y el científico o profesional de la salud que reivindique para su profesión la respetabilidad y honorabilidad que la caracteriza (socialmente) no podrá sino contradecirse (y arriesgarse mucho) al renunciar a un compromiso moral que, además de buscar la verdad, busque también hacer el bien y realizar la acción moralmente correcta (Juan José Acero). Por eso, a mi juicio y apoyándome en las ideas de Hinkelammert, pienso que se vuelve imprescindible construir una argumentación que sostenga el carácter específico de la obligatoriedad de esta ética.

Una ética del bien común es indispensable, porque el suicidio en el que desemboca el asesinato es inevitable. Pero esto solo es así porque partimos del supuesto de que queremos vivir. La apuesta por la vida es entendida como un deber, dado que el razonamiento que descubre los conceptos trascendentales muestra que se trata de la única acción coherente (aunque el suicida la rechace). Esto es lo que ocurre cuando hablamos del “deber” de reproducir la vida humana: el concepto trascendental “ilumina” las acciones humanas y prescribe cuál es la acción coherente (aunque estemos en libertad de rechazarla).

(*) Académico y columnista de ContraPunto

 

VIEJO PROLOGO PARA EL [ANTI-]DÜHRING. Sobre la Dialéctica



VIEJO PROLOGO PARA EL
[ANTI-]DÜHRING
Sobre la Dialéctica
F. Engels

 
Escrito: En mayo-comienzos de junio de 1878.
Primera edición: En alemán y ruso en el Archivo de Marx y Engels,, libro II, 1925.
Esta edición: Marxists Internet Archive, marzo de 2001.
Fuente: Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. III.

 
El presente trabajo no es, ni mucho menos, fruto de ningún «impulso interior». Lejos de eso, mi amigo Liebknecht puede atestiguar cuánto esfuerzo le costó convencerme de la necesidad de analizar críticamente la novísima teoría socialista del señor Dühring. Una vez resuelto a ello, no tenía más remedio que investigar esta teoría, que se expone a sí misma como el último fruto práctico de un nuevo sistema filosófico, analizando por consiguiente, en relación con este sistema, el sistema mismo. Me vi, pues, obligado a seguir al señor Dühring por aquellos anchos campos, en los que trata de todas las cosas posibles y de unas cuantas más. Y así surgió toda una serie de artículos, que vieron la luz en el «Vorwärts» [1] de Leipzig desde comienzos del año 1877 y que se recogen, ordenados, en este volumen.

Dos circunstancias deben excusar el que la crítica de un sistema, tan insignificante pese a toda su jactancia, adopte unas proporciones tan grandes, impuestas por el tema. Por una parte, esta crítica me brindaba la ocasión para desarrollar de un modo positivo, en los más diversos campos de la ciencia, mis ideas acerca de las cuestiones en litigio que encierran hoy un interés general, científico o práctico. Y aunque esta obra no persigue, ni mucho menos, el designio de oponer un nuevo sistema al sistema del señor Dühring, confío en que la trabazón interna entre las ideas expuestas por mí, a pesar de la diversidad de materias tratadas, no escapará a la percepción del lector.
 




 
Y por otra parte, el señor Dühring, como «creador de sistema», no es un fenómeno aislado en la Alemania actual. Desde hace algún tiempo, en Alemania brotan por docenas, como las setas después de la lluvia, de la noche a la mañana, los sistemas filosóficos, y principalmente los sistemas de filosofía de la naturaleza, para no hablar de los innumerables sistemas nuevos de política, Economía política, etc. Y tal parece como si en la ciencia quisiera también aplicarse ese postulado del Estado moderno que supone a todo ciudadano capaz para juzgar de todos los problemas acerca de los cuales se le pide el voto, o el postulado de la Economía política según el cual todo consumidor conoce al dedillo las mercancías que necesita para el sustento de su vida. Todo el mundo puede escribir de todo, y consiste precisamente en eso la «libertad de la ciencia», en escribir con especial desembarazo de cosas que no se han estudiado, haciéndolo pasar como el único método rigurosamente científico. El señor Dühring es, sin embargo, uno de los tipos más representativos de esa ruidosa seudociencia que, por todas partes se coloca hoy en Alemania, a fuerza de codazos, en primera fila y que atruena el espacio con su estrepitoso y sublime absurdo. Ruido de latón en poesía, en filosofía, en Economía política, en historia; sublime absurdo en la cátedra y en la tribuna; ruido de latón por todas partes; sublime absurdo, que se arroga una gran superioridad y profundidad de pensamiento, a diferencia del simple, trivial y vulgar ruido de latón de otros pueblos, es el producto más característico y más abundante de la industria intelectual alemana, barato pero malo, ni más ni menos que los demás artículos alemanes, sólo que, desgraciadamente, no fue representado conjuntamente con estos últimos en Filadelfia [2]. Hasta el socialismo alemán, sobre todo desde que el señor Dühring dio el buen ejemplo, ha hecho últimamente grandes progresos en este arte del sublime absurdo; el que, en la práctica, el movimiento socialdemócrata se deje influir tan poco por el confusionismo de ese sublime absurdo, es una prueba más de la maravillosa y sana naturaleza de nuestra clase obrera, en un país en el que, a excepción de Las Ciencias Naturales, todo parece estar actualmente enfermo.

Cuando, en su discurso pronunciado en el congreso de naturalistas de Munich, Nägeli afirmaba que el conocimiento humano jamás revestiría el carácter de la omnisciencia, ignoraba evidentemente los logros del señor Dühring. Estos logros me han obligado a mí a seguir a su autor por una serie de campos en los que, a lo sumo, sólo he podido moverme en calidad de aficionado. Esto se refiere principalmente a las distintas ramas de las Ciencias Naturales, donde hasta hoy solía considerarse como pecado de arrogancias el que un «profano» osase entrometerse con su opinión. Sin embargo, me ha animado en cierto modo el juicio enunciado, también en Munich, por el señor Wirchow, al que nos referimos más detenidamente en otro lugar, de que fuera del campo de su propia especialidad, todo naturalista es sólo semidocto [3], es decir, un profano. Y así como tal o cual especialista se permite y no tiene más remedio que permitirse, de vez en cuando, pisar un terreno colindante con el suyo, cuyos especialistas le perdonan sus torpezas de expresión y sus pequeñas inexactitudes, yo me he tomado también la libertad de citar una serie de fenómenos y de leyes naturales como ejemplos demostrativos de mis ideas teóricas generales, y confío en que podré contar con la misma indulgencia [*]. Los resultados de las modernas Ciencias Naturales se imponen a todo el que se ocupe en cuestiones teóricas con la misma fuerza irresistible con que los naturalistas de hoy se ven arrastrados, quieran o no, a deducciones teóricas generales. Y aquí se establece una cierta compensación. Pues si los teóricos son semidoctos en el campo de las Ciencias Naturales, por su parte, los naturalistas de hoy día no lo son menos en el terreno teórico, en el terreno de lo que hasta aquí ha venido calificándose como filosofía.

La investigación empírica de la naturaleza ha acumulado una masa tan enorme de material positivo de conocimiento, que la necesidad de ordenarlo sistemáticamente y por su trabazón interna en cada campo de investigación es algo sencillamente irrefutable. Y no menos irrefutable es la necesidad de establecer la debida trabazón entre los distintos campos del conocimiento. Pero con esto, las Ciencias Naturales entran en el campo teórico, donde fallan los métodos empíricos y donde sólo el pensamiento teórico puede prestar un servicio. Mas el pensar teórico sólo es un don natural en lo que a la capacidad se refiere. Esta capacidad ha de ser cultivada y desarrollada, y hasta hoy, no existe más remedio para su cultivo y desarrollo que el estudio de la filosofía anterior.

El pensamiento teórico de toda época, incluyendo, por tanto, el de la nuestra, es un producto histórico que en períodos distintos reviste formas muy distintas y asume, por lo tanto, un contenido muy distinto. Como todas las ciencias, la ciencia del pensamiento es, por consiguiente, una ciencia histórica, la ciencia del desarrollo histórico del pensamiento humano. Y esto tiene también su importancia en lo que afecta a la aplicación práctica del pensamiento a los campos empíricos. Porque, primeramente, la teoría de las leyes del pensamiento no es, ni mucho menos, una «verdad eterna» establecida de una vez para siempre como se lo imagina el espíritu del filisteo en cuanto oye la palabra «lógica». La misma lógica formal sigue siendo objeto de enconados debates desde Aristóteles hasta nuestros días. Y por lo que a la dialéctica se refiere, hasta hoy sólo ha sido investigada detenidamente por dos pensadores: por Aristóteles y por Hegel. Y precisamente la dialéctica es la forma más importante del pensamiento para las modernas Ciencias Naturales, ya que es la única que nos brinda la analogía y, por tanto, el método para explicar los procesos de desarrollo en la naturaleza, las concatenaciones en sus rasgos generales, y el tránsito de un terreno a otro de investigación.

En segundo lugar, el conocimiento del curso de desarrollo histórico del pensamiento humano, de las concepciones que en las diferentes épocas se han manifestado acerca de las concatenaciones generales del mundo exterior, es también una necesidad para las Ciencias Naturales teóricas, porque nos brinda la medida para apreciar las teorías formuladas por éstas. Pero en este respecto, se nos revela con harta frecuencia y con colores muy vivos el insuficiente conocimiento de la historia de la filosofía. No pocas veces, vemos sostenidas por los naturalistas teorizantes, como si se tratase de los más modernos conocimientos, que hasta se imponen por moda durante algún tiempo, tesis que la filosofía viene profesando ya desde hace varios siglos y que, bastantes veces, han sido ya filosóficamente desechadas. Es, indudablemente, un gran triunfo de la teoría mecánica del calor haber apoyado con nuevos testimonios y hecho pasar de nuevo a primer plano la tesis de la conservación de la energía; pero ¿acaso esta tesis hubiera podido proclamarse como algo tan absolutamente nuevo si los señores físicos se hubieran acordado de que ya había sido formulada, en su tiempo, por Descartes? Desde que la física y la química vuelven a operar casi exclusivamente con moléculas y con átomos, necesariamente ha tenido que aparecer de nuevo en primer plano la filosofía atomística de la antigua Grecia. Pero, ¡cuán superficialmente aparece tratada, aún por los mejores de aquellos! Así, por ejemplo, Kekulé («Fines y adquisiciones de la química») afirma que procede de Demócrito, no de Leucipo, y sostiene que Dalton fue el primero que admitió la existencia de átomos elementales cualitativamente distintos, a los cuales asignó por vez primera distintos pesos, característicos de los distintos elementos, cuando en Diógenes Laercio (X, §§ 43-44 y 61) puede leerse que ya Epicuro atribuía a los átomos diferencias, no sólo de magnitud y de forma, sino también de peso, es decir, que conocía ya, a su modo, el peso y el volumen atómicos.

 
El año 1848, que en Alemania no puso remate a nada, sólo impulsó allí un viraje radical en el campo de la filosofía. Al lanzarse la nación al terreno práctico, dando comienzo a la gran industria y la estafa, por un lado y, por otro, al enorme auge que las Ciencias Naturales adquirieron desde entonces en Alemania, iniciado por los predicadores errantes y caricaturescos como Vogt, Büchner, etc., renegó categóricamente de la vieja filosofía clásica alemana, extraviada en las arenas del viejo hegelianismo berlinés. El viejo hegelianismo berlinés se lo tenía bien merecido. Pero una nación que quiera mantenerse a la altura de la ciencia, no puede prescindir de pensamiento teórico. Con el hegelianismo se echó por la borda también a la dialéctica —precisamente en el momento en que el carácter dialéctico de los fenómenos naturales se estaba imponiendo con una fuerza irresistible, en que, por tanto, sólo la dialéctica de las Ciencias Naturales podía ayudar a escalar la montaña teórica—, para entregarse de nuevo desamparadamente en brazos de la vieja metafísica. Desde entonces tuvieron una gran difusión entre el público, por una parte, las vacuas reflexiones de Schopenhauer, cortadas a la medida del filisteo, y más tarde hasta las de un Hartmann y, por otra, el materialismo vulgar de predicadores errantes, de un Vogt y de un Büchner. En las universidades se hacían la competencia las más diversas especies del eclecticismo, que sólo coincidían en ser todas una mezcolanza de restos de viejas filosofías y en ser todas igualmente metafísicas. De los escombros de la filosofía clásica sólo se salvó un cierto neokantismo, cuya última palabra era la cosa en sí eternamente incognoscible; es decir, precisamente aquella parte de Kant que menos merecía ser conservada. El resultado final de todo esto fue la confusión y la algarabía que hoy reinan en el campo del pensamiento teórico.

Apenas se puede coger en la mano un libro teórico de Ciencias Naturales sin tener la impresión de que los propios naturalistas se dan cuenta de cómo están dominados por esa algarabía y confusión y de cómo la llamada filosofía, hoy en curso, no puede ofrecerles absolutamente ninguna salida. Y, en efecto, no hay otra salida ni más posibilidad de llegar a ver claro en estos campos que retornar, bajo una u otra forma, del pensar metafísico al pensar dialéctico.

Este retorno puede operarse por distintos caminos. Puede imponerse de un modo natural, por la fuerza coactiva de los propios descubrimientos de las Ciencias Naturales, que no quieren seguir dejándose torturar en el viejo lecho metafísico de Procusto. Pero éste sería un proceso lento y penoso, en el que habría que vencer toda una infinidad de rozamientos superfluos. En gran parte, ese proceso está ya en marcha, sobre todo en la biología. Pero podría acortarse notablemente si los naturalistas teóricos se decidieran a prestar mayor atención a la filosofía dialéctica, en las formas que la historia nos brinda. Entre estas formas hay singularmente dos que podrían ser muy fructíferas para las modernas Ciencias Naturales.

 


 
La primera es la filosofía griega. Aquí, el pensamiento dialéctico aparece todavía con una sencillez natural, sin que le estorben aún los cautivantes obstáculos [**] que se oponía a sí misma la metafísica de los siglos XVII y XVIII —Bacon y Locke en Inglaterra; Wolff en Alemania— y con los que se obstruía el camino que había de llevarla de la comprensión de los detalles a la comprensión del conjunto, a concebir las concatenaciones generales. En los griegos —precisamente por no haber avanzado todavía hasta la desintegración y el análisis de la naturaleza— ésta se enfoca todavía como un todo, en sus rasgos generales. La trabazón general de los fenómenos naturales no se comprueba en detalle, sino que es, para los griegos, el resultado de la contemplación inmediata. Aquí es donde estriba la insuficiencia de la filosofía griega, la que hizo que más tarde hubiese de ceder el paso a otras concepciones. Pero es aquí, a la vez, donde radica su superioridad respecto a todos sus posteriores adversarios metafísicos. Si la metafísica tenía razón contra los griegos en el detalle, en cambio, éstos tenían razón contra la metafísica en el conjunto. He aquí una de las razones de que, en filosofía como en muchos terrenos más, nos veamos obligados a volver los ojos muy frecuentemente hacia las hazañas de aquel pequeño pueblo, cuyo talento, dotes y actividad universales le aseguraran tal lugar en la historia del desarrollo de la humanidad como no puede reivindicar para sí ningún otro pueblo. Pero hay aún otra razón, y es que en las múltiples formas de la filosofía griega se contienen ya en germen, en génesis, casi todas las concepciones posteriores. Por eso las Ciencias Naturales teóricas están igualmente obligadas, si quieren proseguir la historia de la génesis de sus actuales principios generales, a retrotraerse a los griegos. Y este modo de ver va abriéndose paso, cada vez más resueltamente. Cada día abundan menos los naturalistas que, operando como con verdades eternas con los despojos de la filosofía griega, por ejemplo, con la atomística, miran a los griegos por encima del hombro, con un desprecio baconiano, porque éstos no conocían ninguna ciencia natural empírica. Lo único que hay que desear es que este modo de ver progrese hasta convertirse en un conocimiento real de la filosofía griega.
 
 
Kant
 

La segunda forma de la dialéctica, la que más cerca está de los naturalistas alemanes, es la filosofía clásica alemana desde Kant hasta Hegel. Aquí, ya se ha conseguido algo desde que, además del ya mencionado neokantismo, vuelve a estar de moda el recurrir a Kant. Desde que se ha descubierto que Kant es el autor de dos hipótesis geniales, sin las que no podrían dar un paso las modernas Ciencias Naturales teóricas —la teoría de los orígenes del sistema solar, que antes se atribuía a Laplace, y la teoría de la retardación de la rotación de la tierra a causa de las mareas— este filósofo volvió a conquistar merecidos honores entre los naturalistas. Pero querer estudiar la dialéctica en Kant sería un trabajo estérilmente penoso y poco fructífero desde que las obras de Hegel nos ofrecen un amplio compendio de dialéctica, aunque desarrollado a partir de un punto de arranque absolutamente falso.

Hoy, cuando, por un lado, la reacción contra la «filosofía de la naturaleza», justificada en gran parte por ese falso punto de partida y por el imponente enfangamiento del hegelianismo berlinés, se ha expandido a sus anchas y ha degenerado en simples injurias y cuando, por otra parte, las Ciencias Naturales han sido tan notoriamente traicionadas en sus necesidades teóricas por la metafísica ecléctica al uso, creemos que ya podrá volver a pronunciarse ante los naturalistas el nombre de Hegel, sin provocar con ello ese baile de San Vito, en que el señor Dühring es tan divertido maestro.


Hegel

 
Ante todo, conviene puntualizar que no tratamos, ni mucho menos, de defender el punto de vista del que arranca Hegel, según el cual el espíritu, el pensamiento, la idea es lo originario y el mundo real, sólo una copia de la idea. Este punto de vista fue abandonado ya por Feuerbach. Hoy, todos estamos conformes en que toda ciencia, sea natural o histórica, tiene que partir de los hechos dados, y por tanto, tratándose de las Ciencias Naturales, de las diversas formas objetivas y dinámicas de la materia; en que, por consiguiente, en las Ciencias Naturales teóricas las concatenaciones no deben construirse e imponerse a los hechos, sino descubrirse en éstos y, una vez descubiertas, demostrarse por vía experimental, hasta donde sea posible.

Tampoco puede hablarse de mantener en pie el contenido dogmático del sistema de Hegel, tal y como lo han venido predicando los hegelianos berlineses, viejos y jóvenes. Con el punto idealista de arranque se viene también a tierra el sistema construido sobre él y, por tanto, la filosofía hegeliana de la naturaleza. Recuérdese que la polémica de los naturalistas contra Hegel, en la medida en que supieron comprenderle acertadamente, sólo versaba sobre estos dos puntos: el punto idealista de arranque y la construcción arbitraria de un sistema contrario a los hechos.

Descontando todo esto, queda todavía la dialéctica hegeliana. Frente a los «gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoy ponen cátedra en la Alemania culta» [***] corresponde a Marx el mérito de haber sido el primero en poner nuevamente de relieve el olvidado método dialéctico, su entronque con la dialéctica hegeliana y las diferencias que le separan de ésta, y el haber aplicado a la par en su "El Capital" este método a los hechos de una ciencia empírica, la Economía Política. Y lo ha hecho con tanto éxito, que hasta en Alemania, la nueva escuela económica sólo acierta a remontarse por encima del vulgar librecambismo copiando a Marx (no pocas veces falsamente) bajo el pretexto de criticarlo.
 
En la dialéctica hegeliana reina la misma inversión de todos los entronques reales que en las demás ramificaciones de su sistema. Pero, como dice Marx: «El hecho de que la dialéctica sufra en manos de Hegel una alteración no obsta para que este filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que en él la dialéctica aparece puesta de cabeza. No hay más que invertirla, y en seguida se descubre bajo la corteza mística la semilla racional» [****].

Pero en las propias Ciencias Naturales nos encontramos no pocas veces con teorías en que las relaciones reales aparecen colocadas patas arriba, en que las imágenes reflejas se toman por la forma original, y es, por tanto, necesario invertirlas. Con frecuencia, esas teorías se entronizan durante largo tiempo. Así aconteció, por ejemplo, con el calor, en el que durante casi dos siglos enteros se veía una misteriosa materia especial y no una forma dinámica de la materia corriente; sólo la teoría mecánica del calor vino a colocar las cosas en su sitio. No obstante, la física, dominada por la teoría del calórico, descubrió una serie de leyes importantísimas del calor, y abrió, gracias sobre todo a Fourier y a Sadi Carnot [4], el cauce para una concepción exacta, concepción que no tuvo más que invertir y traducir a su lenguaje las leyes descubiertas por su predecesora [*****] Y lo mismo ocurrió en la química, donde la teoría del flogisto [5], sólo después de cien años de trabajo experimental, suministró los datos con ayuda de los cuales Lavoisier pudo descubrir en el oxígeno obtenido por Priestley el verdadero polo contrario del imaginario flogisto, con lo cual echó por tierra toda la teoría flogística. Mas con ello no se cancelaron, ni mucho menos, los resultados experimentales de la flogística. Nada de eso. Lo único que se hizo fue invertir sus fórmulas, traduciéndolas del lenguaje flogístico a la terminología moderna de la química y conservando así su validez.

Pues bien, la relación que guarda la teoría del calórico con la teoría mecánica del calor o la teoría del flogisto con la de Lavoisier es la misma que guarda la dialéctica hegeliana con la dialéctica racional.





__________________
NOTA
[*] La parte del manuscrito del "Viejo prólogo" que va desde el comienzo hasta aquí viene tachada con una línea vertical por Engels por haber sido ya utilizada en el prólogo a la primera edición de "Anti-Dühring". (N. de la Edit.)
[**] «Cautivantes obstáculos» (holde Hindernisse), expresión tomada del ciclo poético de Heine "La nueva primavera". Prólogo. (N. de la Edit.)
[***] Véase: Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. 2, pág. 99. (N. del MIA)
[****] Véase: Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. 2, pág. 100. (N. del MIA)
[*****] La función C de Carnot fue literalmente transformada en la inversa:
1/c = temperatura absoluta. Sin esta inversión, nada se puede hacer con ella..
[1] Vorwärts («Adelante»): órgano central del Partido Obrero Socialista Alemán, se publicó en Leipzig desde el 1 de octubre de 1876 hasta el 27 de octubre de 1878. La obra de Engels "Anti-Dühring" se publicó en el periódico desde el 3 de enero de 1877 hasta el 7 de julio de 1878.- 57, 99
[2] El 10 de mayo de 1876 se inauguró en Filadelfia (Estados Unidos) la sexta exposición industrial mundial. Entre los cuarenta países representados figuraba también Alemania. La exposición mostró que la industria alemana quedaba muy a la zaga de la industria de otros países y se regía por el principio «barato y podrido».- 58
[3] Engels alude a las intervenciones de Nägeli y Wirchow en septiembre de 1877 en el Congreso de Naturalistas y Médicos Alemanes, cuyos materiales fueron publicados en "Tageblatt der 50. Versammlung deutscher Naturforscher und Aerzte in München 1877" («Boletín del 50 Congreso de Naturalistas y Médicos Alemanes en Munich, 1877»), y también a las declaraciones de Wirchow en el libro "Die Freibeit der Wissenschaft im modernen Staat" («La libertad de la ciencia en el Estado moderno»), Berlin, 1877, S. 13.
[4] Trátase de los libros: J. B. J. Fourier, Théorie analytique de la chaleur («Teoría analítica del calor»), Paris, 1822 y S. Carnot, Réflexions sur la puissance motrice du feu et sur les machines propres à développer cette puissance («Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego y sobre las máquinas capaces de desarrollar esta potencia»), Paris, 1824. La función C que Engels menciona a continuación figura en la nota de las páginas 73-79 del libro de Carnot.
[5] Según los criterios que reinaban en la química del siglo XVIII, se consideraba que el proceso de combustión se hallaba condicionado por la existencia de una substancia especial en los cuerpos, el flogisto, que se segregaba de ellos durante la combustión. El eminente químico francés A. Lavoisier demostró la inconsistencia de esta teoría y dio la explicación justa del proceso como reacción de combinación de un cuerpo combustible con el oxígeno.
 

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